Mientras los Reyes de España entregaban esta mañana en la Universidad de Alcalá de Henares el Premio Cervantes a la escritora mexicana Elena Poniatowska, nuestros alumnos de 1º y 2º de Secundaria también han querido rendir su particular homenaje a la Literatura española e hispanoamericana.
Durante las últimas semanas han estado investigando sobre grandes escritores de todos los tiempos: el marqués de Santillana, Jorge Manrique, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Rubén Darío, Pío Baroja, y un largo etcétera. Después nos han propuesto una interesante ruta turístico-literaria por los pueblos y ciudades donde nacieron estos gigantes de la lengua de Cervantes.
Este año, coincidiendo con el centenario de su publicación, hemos querido rendir un pequeño pero sincero tributo a Platero y yo, bellísima obra de Juan Ramón Jiménez. Nuestros alumnos han procurado insertar, en sus cartulinas, imágenes y dibujos del inmortal burrito andaluz.
A continuación ofrecemos una serie de fotografías.
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«La noche cae, brumosa ya y morada. Vagas claridades malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia. El camino sube, lleno de sombras, de cansancio y de anhelo…»
«Mirábamos el sol con todo: con los gemelos de teatro, con el anteojo de larga vista, con una botella, con un cristal ahumado…»
«La luna viene con nosotros, grande, redonda, pura. En los prados soñolientos se ven, vagamente, no sé qué cabras negras, entre las zarzamora…»
«Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes…»
«¿En qué sillita te ibas a sentar tú, en qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué pluma te bastarían, en qué lugar del coro ibas a cantar, di, el Credo?…»
«No, Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores y las estrellas. Y no se reirán de ti como de un niño torpón, ni te pondrán, cual si fueras lo que ellos llaman un burro, el gorro de los ojos grandes ribeteados de añil y almagra…»
«Están ya aquí, Platero, las golondrinas y apenas se las oye, como otros años, cuando el primer día de llegar lo saludan y lo curiosean todo, charlando sin tregua en su rizado gorjeo…»
«Moguer es como una caña de cristal grueso y claro, que espera todo el año, bajo el redondo cielo azul, su vino de oro…»
«Sobre los rosales, aún con flor, cae la tarde, lentamente. Las lumbres del ocaso prenden las últimas rosas, y el jardín, alzando como una llama de fragancia hacia el incendio del Poniente, huele todo a rosas quemadas. Silencio…»
«Platero, en los húmedos y blandos surcos paralelos de la oscura haza recién arada, por los que corre ya otra vez un ligero brote de verdor de las semillas removidas, el sol, cuya carrera es ya tan corta, siembra, al ponerse, largos regueros de oro sensitivo…»
«Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino…»
«Cuando, al mediodía, voy a ver a Platero, un transparente rayo del sol de las doce enciende un gran lunar de oro en la plata blanda de su lomo…»
«Bajo su barriga, por el oscuro suelo, vagamente verde, que todo lo contagia de esmeralda, el techo viejo llueve claras monedas de fuego…»
«Un momento, Platero, vengo a estar con tu muerte. No he vivido. Nada ha pasado. Estás vivo y yo contigo… Vengo solo…»
«Tú, Platero, estás solo en el pasado. Pero ¿qué más te da el pasado a ti que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?…»
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