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PRINCIPIOS EDUCATIVOS

El proyecto educativo del centro SJE parte de una concepción integralprofunda trascendente de la persona humana. Se parte de una antropología católica, que desarrolla las capacidades intelectuales y relacionales con el mundo y que descubre y respeta en el educando la persona única irrepetible, su riqueza insondable: capaz de amar y ser amada.

Nuestro centro ofrece la educación necesaria para un desarrollo armónico equilibrado de todas las capacidades de la persona en todos los aspectos de la vida escolar y extraescolar.

Educación personalizada basada en el conocimiento profundo de cada uno de nuestros alumnos, para de esta manera poder potenciar sus virtudes y ayudarles mejor en sus dificultades.

El colegio tiene su estilo y manera de hacer las cosas de forma personalizada, creando un ambiente de alegríarespetoesfuerzo responsabilidad en las aulas.

Las familias tienen a su disposición en el colegio el Plan de Convivencia y a continuación adjuntamos el extracto de las conductas  contrarias a las normas de convivencia y sus respectivas sanciones.

Extracto conductas contrarias a las normas: DESCARGAR CONTENIDO

San Juan Evangelista es un proyecto educativo moderno donde desarrollamos los fundamentos propios de un colegio con profundas raíces cristianas, en un grato ambiente de alegría y de confianza, de esfuerzo y laboriosidad; que pretende inculcar en sus alumnos un buen uso de la libertad responsable, un positivo espíritu de solidaridad y un profundo respeto a la persona.

Desarrollamos una educación en valores: en el respeto, en el compañerismo, puntualidad, generosidad, deportividad, en el cuidado de las cosas materiales, en la prudencia, en la justicia, en la templanza y en la fortaleza (en las virtudes cristianas), en definitiva aulas que plantean ser una ampliación de sus hogares y un equilibrio que permita su desarrollo como personas en plenitud, pues entendemos como prioritarios los planos intelectuales, humanos y espirituales.

Pensamos que las soluciones a los problemas que plantea la educación actual, vienen dadas a través del conocimiento profundo del alumno, de cada uno de ellos; y en ese ambiente de respeto y libertad en el aula y fuera de ella, del que hablábamos antes. Para ello, entendemos que resulta indispensable la mayor colaboración posible entre la familia y el colegio. Recordando siempre en la tarea de educar, el papel de los padres es insustituible; y por ello nosotros ponemos los medios para poder ayudarles a conocer y educar mejor a sus hijos.

Nuestro proyecto cuenta con eficaces profesionales que aman apasionadamente su trabajo, que ponen su máximo empeño en lo que hacen; y en buscar y compartir la verdad, el bien y la belleza. Ellos y sus alumnos deben encontrar como primera motivación su propio trabajo: medio de mejora personal que ha de ser vivido como un servicio. Para ello el maestro debe saber motivar, orientar, alentar y despertar en ellos el deseo de saber. ¿Pero cómo se consigue ese ambiente de respeto que permita que la motivación llegue a calar en los alumnos? La respuesta la guarda una sola palabra… autoridad. Autoridad del educador, que algunos parecen tener de manera innata, pero la mayoría la consiguen (¡los que la consiguen!) gracias a su esfuerzo personal por ser buenos, por mejorar cada día su preparación académica y el cariño a las personas, en definitiva, por hacerse acreedores de un prestigio personal y profesional. Profesores capaces de crear el clima necesario, gracias al cual, nuestras alumnas y alumnos se esfuercen por mejorar.

Para llegar a la meta del aprendizaje, hay que correr por el camino del esfuerzo y la motivación. Sin recorrer ese camino es imposible el éxito en la sociedad del mañana. Sólo las cosas que tienen valor se alcanzan a través del esfuerzo y proporcionan una intensa y profunda satisfacción personal que, sin duda, son el mayor aliciente para engancharse a la senda del éxito.

Entonces, ¿es necesaria la exigencia? Por supuesto, si no hay exigencia no hay mejora y si no hay mejora no hay educación. Hablamos de una exigencia firme, tenaz, a la par que amable. Ese esfuerzo será más o menos agradable cuanto más adecuada sea la meta a alcanzar. Metas que forzosamente deben tener una finalidad, a la que se llegará con constancia y paciencia.

En definitiva, pretendemos fundamentar el éxito de nuestros proyectos en nuestra capacidad de formación humana y académica, en el ambiente de cariño, de respeto, orden y alegría de sus aulas y en una rabiosa apuesta por la modernidad (idiomas y nuevas tecnologías).

María Isabel Alvira hablando de su padre, Don Tomás Alvira, nos recuerda sobre él:

Siempre nos transmitía su entusiasmo por la educación (a él le gustaba más este término que el de enseñanza), por la formación integral del alumno como persona. Y nos transmitía también su pasión por las Ciencias Naturales. A veces –sin tono profesional- nos hablaba de lo que había explicado en clase aquel día. Se notaba que se << recreaba >>, que se lo << pasaba muy bien >>.” “Amaba apasionadamente su trabajo”.

 

Así veo yo a nuestros nuevos centros educativos, llenos de profesionales eficaces que amen su trabajo, que pongan pasión en el quehacer diario; y en buscar y compartir la verdad, el bien y la belleza.

Por lo tanto, el objetivo es muy concreto: “la formación integral del alumno como persona”.

El Papa Benedicto XVI nos ánima a ello y nos dice:

Este mundo nuestro necesita muchos hombres y mujeres que descubran la alegría de hacer el bien y, así, todos recibirán el ánimo y el empuje suficientes para seguir haciéndolo”.

Y también:

Esa ideología en la que ahora vivimos y que, día a día, se nos va imponiendo, nos induce a certezas que, en el fondo apartan al hombre de lo esencial. El hombre actual, por una parte, ya no es capaz de reflexionar sobre lo esencial, pero, por otra, nota que le falta algo”. Y continúa diciendo: “Deberíamos tener el coraje suficiente para romper con mucho de lo que el hombre de finales del siglo XX considera <>, para volver a descubrir la fe en toda su sencillez”.

Pero cuando nos ponemos a realizar esa tarea nos encontramos con mucha gente que se aleja del cristianismo porque “ya está muy visto”, cuando en realidad no conocen nada. Por lo que habrá que comenzar por fomentar el deseo de descubrir qué es verdaderamente el catolicismo. Catolicismo, que en palabras del Papa,

sólo puede entenderse debidamente, poniéndose en camino. Pensamiento y vida son una misma cosa; no hay otro modo de entenderlo”.

Por consiguiente, para que el objetivo, “la formación integral del alumno como persona”, sea realizable; todos (padres, profesores y alumnos) tendremos que “ponernos en camino”.

Conclusión: nuestra obligación es desarrollar colegios donde los padres, los profesores y los alumnos compartan los conceptos, los métodos y los objetivos educativos. Donde, además de instruir en el conocimiento de las ciencias y las artes, la fe religiosa dé unidad y sentido a todos los cocimientos que se vayan adquiriendo. Educando a los chicos en un clima de confianza, para ayudarles a desarrollar armónicamente una libertad responsable. Recordando siempre en la tarea de educar, el papel de los padres es insustituible; y habrá que encontrar los medios para poder llegar a ellos y hacerles comprender esta realidad, y ayudarles en su falta de disponibilidad de tiempo a conocer y educar mejor a sus hijos.

Esta unicidad entorno al educando contribuirá, en gran medida, a que ellos vayan desarrollándose como personas de una pieza, con personalidad, seguros de sí mismos y capaces de influir positivamente en la sociedad.

Parece que todos estamos de acuerdo en que en el momento actual hay una sensación de crisis en la educación, en general. Pero dediquemos un momento a reflexionar sobre dónde están los problemas.

Encontramos falta de motivación de muchos de los niños que asisten a las clases por obligación, ¡nadie les ha hablado de la gran suerte que tienen!; otros sufren el acoso de sus compañeros, o el mal ambiente que existe en unas aulas faltas de autoridad, donde no hay educación en los valores, en el respeto, en el compañerismo, puntualidad, deportividad, en el cuidado del material, en la prudencia, en la justicia, en la templanza y en la fortaleza (estas son virtudes humanas, antes llamadas virtudes morales, y son la fuerza para el bien y las que hacen posible acceder a la verdadera libertad).

Ante todo esto yo he preguntado, en algunas ocasiones, directamente a los padres, ¿qué esperáis de “vuestros” colegios? Y todos han coincidido en la respuesta… ¡queremos una escuela de calidad! ¿Y qué es una escuela de calidad?…
Siendo sinceros, los que hemos hecho esta pregunta por sorpresa a muchos padres, sabemos que sus contestaciones se resumen en:
– Que sea bilingüe…
– ¡La informática!, la informática importantísima…
– Una persona de hoy tiene que ser práctica… las matemáticas fundamentales.

¿Y la formación?…
– Sí, sí, por supuesto, que los chicos crezcan en valores dentro de la escuela.
– ¡Eso por “descontado”!
.

¡Eso por descontado!, ¡pero no me lo has dicho lo primero!… Y hay que decir muy alto que, en el proceso educador, los primeros en ser conscientes de esta realidad han de ser los padres, lo segundo los profesores y en tercer lugar los alumnos… ¡alumnos que antes que sabios, deben ser buenos! Y para ello hace falta la formación, hace falta la educación.

Los padres deben buscar la verdad. Verdad que para Karol Wojtyla abarca tres planos: “el conocimiento de sí mismo, del mundo y de Dios; la verdad de la conciencia, de la ciencia y de la fe”. Y poner a los hijos en el camino de esa búsqueda con su ejemplo. Y para ello hace falta ayudarles, hace falta formación.

Además, a profesores y alumnos les aconsejamos que deben encontrar su primera motivación en su propio trabajo: medio de mejora personal que ha de ser vivido como un servicio. Y si uno tiene fe encontrará en él un medio para dar gloria a Dios. Para ello el maestro debe saber motivar, orientar y alentar, todo ello envuelto en un ambiente de respeto y de libertad, para que el alumno se esfuerce y desarrolle lo mejor de sí mismo. De esta manera se solucionarán los problemas de los unos y de los otros.

El que lea o escuche estas notas, estará pensando que todo esto es muy bonito y que sentado ante un ordenador, en la soledad de un despacho, las cosas se ven muy fáciles. Pero soy consciente de que cuando uno pretende desarrollar la actividad educadora en las aulas de hoy (deterioradas por el mal comportamiento, violencia en algunos casos; o simplemente pasotismo por parte de los alumnos), esto no se presenta nada fácil.

Es cierto, pero también lo es que este tema no es tan nuevo. Para solucionarlo debemos rechazar la opinión de que el hombre siempre tiende al mal. Pero también aquella otra que piensa que el hombre tiende espontáneamente al bien (Rousseau).
Si hiciéramos caso a la primera estaríamos siempre castigando a los niños, si lo hacemos a la segunda la educación se convertiría en un canto a la espontaneidad.

Según mi opinión, la solución viene a través del conocimiento profundo del alumno, de cada uno de ellos, y de un ambiente de respeto en el aula y fuera de ella.

¿Pero cómo se consigue ese ambiente de respeto que permita que la motivación llegue a calar en los alumnos? La respuesta la guarda una sola palabra… autoridad. Autoridad que algunos parecen tener de manera innata, pero la mayoría la consiguen (¡los que la consiguen!) gracias a su esfuerzo personal por ser buenos, por mejorar cada día nuestra preparación académica y nuestro cariño por las personas.

He empleado la palabra cariño, puede parecer un poquito “ñoña”, pero permitidme que insista en ella. ¿No son el cariño, el agradecimiento y el respeto los que hacen que una familia funcione?, ¿no es la familia un ámbito natural de la educación?, ¿no es, también, el colegio un centro educativo? Pues el ambiente en el aula mejorará en la medida en la que nos esforcemos por crear en ella un ambiente de cariño, interés y confianza. Sin olvidarnos, si me permitís recordaros, que el cariño, el agradecimiento y el respeto exigen estar en los detalles pequeños.

Estos son los profesionales para nuestras aulas; maestros, profesores con la autoridad para crear el clima necesario, gracias al cual nuestros alumnos luchen y se esfuercen por mejorar. Teniendo muy presente que, para llegar a la meta del aprendizaje, hay que correr por el camino del esfuerzo.

Entonces, ¿es necesaria la exigencia?, se pregunta y responde don Julio Gallego:

Por supuesto que la respuesta es afirmativa. Si no hay exigencia no hay mejora, no habrá educación puesto que educar es un proceso de mejora. Así ocurre en la vida deportiva y en otros muchos aspectos más: se mejora, se baten marcas, porque hay exigencia. La auténtica exigencia, la que forma hombres íntegros, nace en personas que tienen y dimanan autoridad. Ejercer bien la autoridad es muy difícil, por ello hay en parte tanta desobediencia. La autoridad exige un total servicio”.
Lo decía Millán Puelles, que la diferencia que existe entre el individuo educado y el no educado, es semejante a la que existe entre lo perfecto y lo imperfecto. Acercarse a lo perfecto requiere medios. No se pasa de lo imperfecto a lo perfecto si no hay medios, que es muy especialmente calidad en lo que se hace y el esfuerzo que hay que poner para realizarlo; y el esfuerzo no será fácil si no hay metas, que son puntos de exigencias.
Educar es, en cierta manera, eso: poner metas que naturalmente tienen una finalidad, y exigirlas, con constancia y con paciencia
.”

Don Tomás Alvira nos dejó por escrito, en algunas de sus enseñanzas, cómo conseguir ese ambiente en el aula:
La energía del colegio no se produce en los despachos de la dirección, se produce en el aula, en cada aula. En el aula el profesor no está frente a los alumnos, sino entre los alumnos. Cuando ya se ha adquirido práctica, va directamente hacia los pupitres y dice a los alumnos algo sencillo, afectuoso, para crear un clima exento de rigidez. Necesita mirar a los ojos de cada uno para establecer la comunicación fluida y descubrir lo que ha aprendido y lo que no sabe, lo que comprende o lo que le ha bloqueado.
Un aula viva, es aquella en la que el profesor no sólo tiene en cuenta la memoria de los alumnos que se refleja en los exámenes, sino también el entendimiento y la voluntad. La que hace pensar a cada alumno cultivando su personalidad, y potenciando su libertad, porque libre es el que piensa por cuenta propia, con la debida preparación, y no repite inconscientemente lo que otros le dicen.
Aula viva es aquella en la cual el profesor procura despertar en el alumno el deseo de saber, de amor al saber, considerándolo como un bien en sí mismo. No podemos instar a los alumnos al estudio por el premio o por el castigo, ¡hay que lograr que sientan deseo de saber!
Hemos de acostumbrarlos a que sientan el gozo de esforzarse por alcanzar aquello que desean. Conseguir la alegría en el estudio es una de las metas más preciosas que un educador puede marcarse.
Un profesor señala caminos, pero el alumno debe recorrerlos con su esfuerzo. Una niñez y una juventud a quienes no se ha habituado al esfuerzo, al trabajo, serán piezas inservibles en una sociedad, cuando tengan que participar en ella. En el aula, a diario, vamos conociendo mejor a cada alumno, vamos <> -profundizando más allá de la superficie- en cómo es cada alumno, penetrando en su interior y, a la vez, vamos aprendiendo nosotros de los alumnos
”.

El profesor Sebastián Mediavilla nos dice:

El maestro ha de hacerse querer para poder enseñar. En cualquier profesión, y más en la de educar, no basta la profesionalidad. Para conseguir el objetivo, es preciso poner el corazón”.

Cuando uno tiene como tarea la de educar, ha de entregarse generosamente a sus alumnos, entregar generosamente sus conocimientos y su fe.

Como la fe que quiero yo transmitiros en este ilusionante proyecto educativo gestionado por San Juan Evangelista. Cuyo éxito vendrá de la mano del prestigio conseguido y de nuestra capacidad para darlo a conocer.

El propósito de esta carta no es otro que el de transmitiros algunas reflexiones sinceras, como padre y como profesor. Intentaré, para ello, ayudarme del más común de los sentidos: “el sentido común”.

La sociedad necesita educar y ser educada… y cuanto mayor sea la calidad de su educación conseguiremos, en la misma medida, personas más o menos libres, más o menos responsables, más o menos veraces, más o menos buenas. Y, según el grado de conocimiento y de virtudes adquiridas, acertarán en mayor o menor medida en la toma de sus propias decisiones, consiguiendo ser más o menos felices o hacer más o menos felices a los demás.

La ignorancia, el error, la desorientación, el descriterio en la información, la indecisión y la irresponsabilidad dificultan el ejercicio de la libertad.

Por eso la educación es tan importante para la persona y para la sociedad, porque le enseña a pensar, a informarse, a decidir, a ejecutar y finalmente a responsabilizarse de sus actos.

Cuanto mayor sea la calidad de la educación, mayor será la calidad de vida de la sociedad.

Por lo tanto, la educación debería ser un tema prioritario en la toma de decisiones de las personas que están al frente de las sociedades. Incluso económicamente las inversiones en educación suponen un ahorro a medio y largo plazo en otro tipo de gastos (en el sistema judicial, policial, penitenciario, etc). Del mismo modo apoyarían a todas aquellas iniciativas privadas que desarrollaran interesantes proyectos educativos. Y se preocuparían de que los estudios universitarios realizados por personas que quieren dedicarse a la maravillosa tarea de educar fueran lo más completos y acertados, puesto que todos nuestros hijos pasarán por sus manos. ¿Se han dado cuenta de que todos los jueces, los médicos, los pilotos, los deportistas, los políticos… ¡todos! ¿pasamos por la escuela, por los maestros?

¡En conclusión, es necesario que la sociedad se conciencie de esta realidad y de esta manera se aporten soluciones acertadas que contribuyan a solucionar los problemas actuales de la educación!

Aunque conseguiríamos muy poco si nos olvidamos de que el fundamento de la educación y de la formación está en los padres, en la familia.

Son los padres los responsables de la educación de los hijos y es a ellos a quien corresponde la obligación y el derecho de educar y de elegir a aquellos que colaboren en la educación de sus hijos. Por esta razón la familia adquiere vital importancia, porque es en ella donde se adquieren los valores más preciados. Por eso San Juan Evangelista se vuelca en ayudar a los padres en su tarea de educar, consiguiendo con ello poner las bases de una mejor educación, de una educación de calidad.