Estimadas familias:
Esta Semana Santa los cristianos somos convocados para celebrar las fiestas más importantes del año, y también, las que dan sentido profundo a nuestra vida: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En este año, igual que en el anterior, los misterios fundamentales de nuestra fe nos invitan a poner siempre nuestra confianza en Dios, que nunca defrauda.
Las fiestas pascuales nos enseñan que en este mundo hay pecado, hay dolor, hay sufrimiento, pero quien espera en Dios siempre ve su esperanza colmada. El mal nunca tiene la última palabra, y la resurrección de Cristo es la mejor prueba de ello. Sin ello, nuestra fe, como decía san Pablo, es vana, necia y sin sentido. Ponemos nuestro corazón en un Dios que ha compartido nuestra debilidad para engrandecerla, para elevar nuestra mirada más allá del aquí y el ahora, y abrir nuestra vida terrena a la eterna.
El mejor ejemplo de esto es la Virgen María. Ella es la mujer fuerte, de pie junto a la cruz, no solo por el amor natural de madre, sino porque sabe que Dios no puede permanecer callado ante tamaña injusticia, y que aunque a ojos vista parezca que triunfe el mal, la Providencia Divina tiene planes que escapan nuestra comprensión y son siempre para nuestro bien.
Por eso, la Virgen María es la primera en alegrarse de la Resurrección de su Hijo, cuando todos los demás habían perdido la esperanza. Es ella, y las mujeres, humildes esposas, madres y viudas que, aun sin entender mucho de lo que sucede, no desertan en el Calvario, y ven su fe confirmada en la mañana de Pascua.
A Ella nos encomendamos, y le pedimos que nos dé su fuerza, su esperanza y su fe, para que en la noche oscura por la que pasa nuestro pueblo, no perdamos nunca la certeza de que Dios vencerá en quien se pone en sus manos.
De parte del Departamento de Pastoral, les deseamos una feliz y Santa Semana de Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.